14.5.10

Si bien la mayor parte del tiempo estamos presionados por intrucciones exactas de distintas partes (muchas veces contradictorias la una con la otra. No, muchas veces no. Siempre, por algo son dos partes y no una) debemos tomarnos ratos (en esas situaciones) en los cuales lo ideal es pararse en forma fría y calculadora y pensar -como si nada de eso estuviese pasando-, quién tiene el camino correcto. A veces no tiene que ver con la edad. No siempre debe uno guiarse por la experiencia. Ni siquiera por la madurez. Y sobre todo, no por cuán idealizado tiene uno a cada una de esas partes. Cuando junstamente más tendemos a mirar los detalles en cada uno de los objetivos de la cámara, y nos perdemos entre líneas rectas y curvas (y un millón y medio de imperfecciones e irregularidades), es cuando más sentido encontramos a las opiniones. Más concordamos con una parte y luego con la otra. Sin embargo, la foto no es comprensible cuando es un borrón color mostaza y verde. Es comprensible cuando se deja de poner atención a los detalles y se aprecia todo el conjunto. Entonces, (y sólo enconces) la foto se vuelve comprensible, opuesta, y, por sobre todas las demás cosas, criticable. En el instante en el que la criticamos, finalmente prestamos atención a lo único y escencialmente fundamental para decidir entre una parte y otra: nuestro propio criterio.

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Comentame, que para alguien escribo. Todavía no tengo muy claro para quién, pero quizás sea para vos.